martes, 28 de octubre de 2014


Por qué dedicarse al arte.
    Hay cierta monotonía en esta cuestión.
   Constantemente estamos diciendo lo mismo: el arte es un destino ingrato, nadie te prometió la gloria y de esto no se puede vivir.  Un medio de acción altamente frustrante, la falta de apoyo de propios y ajenos, la necesidad de sobrevivir que nos vuelve mercenarios.  Entre la angustia existencial y la culpa vergonzante de venderse por dos pesos, ¿vale la pena tanto agobio por empecinarse en hacer algo que muy probablemente nunca nos va a compensar en esa vida?
   Esa pregunta me la vengo haciendo casi desde el mismo momento en que decidí que sería artista.  Tenía catorce años, era sábado y estaba copiando la tapa de una revista de cine  que me salió muy mal.  Debía decidir si seguir sobre una base mal trazada y acabar con un dibujo espantoso o romperlo y empezar de nuevo.  La duda estaba en que esa noche era la fiesta de 15 de una compañera de colegio y si empezaba de nuevo ese fin de semana no iba a terminarlo ya que en unas horas tenía que cambiarme para salir y el día siguiente me lo pasaría durmiendo para poder el lunes volver lúcida a la escuela.  Y ahí determiné mi escala de valores: rompí el trabajo, empecé de cero otra vez y esa noche no fui a la fiesta, por lo que el domingo lo pude pasar pintando. Aquel dibujo se perdió en el tiempo, lo que no lamento porque en su segunda versión tampoco me salió bien.  Pero desde ahí se volvieron claras mi  prioridad, mi convicción y la razón de todo en el universo.

 Hoy sé que no fue una decisión (a los catorce años uno no toma decisiones, actúa por instinto).  Era un destino.  Me limité a reconocerlo.
  Las personas que se dedican con pasión y convicción al arte (tengan  o no talento) no están haciendo elecciones, no es cuestión de voluntarismo.  No se puede “estudiar” para ser artista.  Uno tiene la tara genética y no hace más que acatar el mandato biológico. Luego estudia tratando de ser un artista bueno a nivel técnico y se dedica todas las horas del día (aunque no lo esté haciendo materialmente tiene la cabeza y el corazón siempre ahí)  y durante toda su vida a trabajar su obra.  Tiempo, obstinación, una perseverancia más sustentada en la ausencia de alternativas que en una iluminada visión.
 
   Los artistas somos artistas porque no podemos ser otra cosa.  Aunque tengamos oportunidades, aunque  otra cosa nos  sea más fácil, aunque pudiéramos acceder a la profesión más grata y a la fortuna más cuantiosa, no hay chance de elección.  Ya está.  Condenado por el arcoiris  diría Rimbaud. 

 

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