jueves, 16 de octubre de 2014

Sobre los estúpidos en el arte. 

   Habiendo estúpidos en todos lados (¡franca mayoría!), ¿cómo evitar su intrusión impiadosa por estos lados? Imposible.  Y siendo que en las artes los límites se difunden y la originalidad es un icono dudoso por lo difícilmente clasificable, los estúpidos no sólo son mayoritarios sino que pueden alcanzar proporciones apoteóticas.

   Uno podría clasificarlos en un primer y rápido amague en: estúpidos del bricolage también llamados “artistas conceptuales”; estúpidos estereotipados propaladores de todos los clichés y neologismos idiotas, mejor conocidos como “galeristas top” o fashion o vanguardistas o la palabra “in”  de esta semana;  y los estúpidos más arrogantes y malignos y, asimismo, más fácilmente identificables por ser los que colocan en sus tarjetas de presentación (de papel satinado)  la referencia “crítico de arte” debajo o detrás de su nombre.

  Aceptando que en teoría –ya que personalmente no me consta- deben de existir excepciones a mi arbitraria clasificación, pido anticipadas disculpas si alguien califica para estos roles y considera que no le cabe el sayo de estúpido (lo que, me temo, ya permitiría la fundada sospecha), pero valga que no hablo con mala voluntad sino por desahogo de una constante experiencia que ya me está sabiendo a cruel ensañamiento en mi contra.


   Digo yo, (clamo a los cielos, con ademanes exagerados que delatan esa leve brizna de sangre siciliana que circula en mis venas por vía materna): ¿es necesario?  ¿Me merezco despertar en la mañana y por deformación profesional revisar el mail antes de salir corriendo de casa para enterarme de Schizophrenogenesis, la nueva muestra del amigo Hirst, quien ahora se dedica a hacer pastillitas, argumentando (según publicidad oficial de su web): “Pills are a brilliant little form, better than any minimalist art. They’re all designed to make you buy them… they come out of flowers, plants, things from the ground, and they make you feel good, you know, to just have a pill, to feel beauty.”? (http://www.damienhirst.com/exhibitions/solo/2014/schizophrenogenesis)


   Probablemente, si yo fuera capaz de sentir “la belleza de una píldora” sería más feliz, seguramente millonaria y una exitosa artista conceptual, cuestiones todas estas que -para mi desgracia- los hados me han vedado en su inconmensurable maldad. 

   Así que sólo puedo alimentar mi irritación y cuestionarme filosóficamente ¿quién es más estúpido?  ¿El artista que reproduce pastillitas considerando que hace arte, el galerista que lo exhibe o el coleccionista que lo compra?  ¿Todos por igual?  ¿Ninguno de ellos?  ¿Los de afuera que creemos que esto realmente pasa?  ¿Los publicistas que se ríen a desencajada mandíbula batiente ante la contundencia de su demostración que se puede hacer y decir cualquier cosa mientras se sostenga en una eficaz manipulación publicitaria? 



   Es más que evidente que la única estúpida acá soy yo, que tengo que salir a trabajar de cualquier otra cosa para pagar las cuentas en vez de dedicarme: uno) hacer, sin dedicarle mucho tiempo y menos esfuerzo, algún chapucero cachivache; dos) contratar a un caro experto en marketing artístico para que lo venda sin pudor y sin descuentos, tres) graduarme oficialmente de “artista” exitosa.

   Supongo que lo más fácil y accesible a mi magro presupuesto es dejar de leer mis mails (o dejar de abrir aquellos  que auguran traer noticias del mundo del arte, mundo que, es evidente, yo no entiendo y al que no pertenezco ni habré de pertenecer jamás).

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