Sobre
los estúpidos en el arte.
Habiendo
estúpidos en todos lados (¡franca mayoría!), ¿cómo evitar su intrusión
impiadosa por estos lados? Imposible. Y
siendo que en las artes los límites se difunden y la originalidad es un icono
dudoso por lo difícilmente clasificable, los estúpidos no sólo son mayoritarios
sino que pueden alcanzar proporciones apoteóticas.
Uno podría clasificarlos en un primer y rápido
amague en: estúpidos del bricolage también llamados “artistas conceptuales”;
estúpidos estereotipados propaladores de todos los clichés y neologismos idiotas,
mejor conocidos como “galeristas top” o fashion o
vanguardistas o la palabra “in” de esta semana; y los estúpidos más arrogantes y malignos y,
asimismo, más fácilmente identificables por ser los que colocan en sus tarjetas
de presentación (de papel satinado) la referencia
“crítico
de arte” debajo o detrás de su nombre.
Aceptando que en teoría –ya que personalmente no me
consta- deben de existir excepciones a mi arbitraria clasificación, pido anticipadas
disculpas si alguien califica para estos roles y considera que no le cabe el
sayo de estúpido (lo que, me temo, ya permitiría la fundada sospecha), pero
valga que no hablo con mala voluntad sino por desahogo de una constante
experiencia que ya me está sabiendo a cruel ensañamiento en mi contra.
Digo yo, (clamo a los cielos, con ademanes
exagerados que delatan esa leve brizna de sangre siciliana que circula en mis
venas por vía materna): ¿es necesario?
¿Me merezco despertar en la mañana y por deformación profesional revisar
el mail antes de salir corriendo de casa para enterarme de Schizophrenogenesis, la
nueva muestra del amigo Hirst, quien
ahora se dedica a hacer pastillitas,
argumentando (según publicidad oficial de su web): “Pills are a brilliant little
form, better than any minimalist art. They’re all designed to make you buy them… they come
out of flowers, plants, things from the ground, and they make you feel good,
you know, to just have a pill, to feel beauty.”? (http://www.damienhirst.com/exhibitions/solo/2014/schizophrenogenesis)
Probablemente, si yo fuera capaz de sentir “la belleza de una píldora” sería más feliz, seguramente millonaria y una exitosa artista conceptual, cuestiones todas estas que -para mi desgracia- los hados me han vedado en su inconmensurable maldad.
Así
que sólo puedo alimentar mi irritación y cuestionarme filosóficamente ¿quién es
más estúpido? ¿El artista que reproduce
pastillitas considerando que hace arte, el galerista que lo exhibe o el
coleccionista que lo compra? ¿Todos por
igual? ¿Ninguno de ellos? ¿Los de afuera que creemos que esto realmente
pasa? ¿Los publicistas que se ríen a
desencajada mandíbula batiente ante la contundencia de su demostración que se
puede hacer y decir cualquier cosa mientras se sostenga en una eficaz
manipulación publicitaria?
Es más que evidente que la única estúpida acá soy
yo, que tengo que salir a trabajar de cualquier otra cosa para pagar las
cuentas en vez de dedicarme: uno) hacer, sin dedicarle mucho tiempo y menos esfuerzo, algún chapucero cachivache; dos)
contratar a un caro experto en marketing artístico para que lo venda sin pudor y sin descuentos,
tres) graduarme oficialmente de “artista” exitosa.
Supongo que lo más fácil y accesible a mi magro
presupuesto es dejar de leer mis mails (o dejar de abrir aquellos que auguran traer noticias del mundo del
arte, mundo que, es evidente, yo no entiendo y al que no pertenezco ni habré de
pertenecer jamás).
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