miércoles, 4 de junio de 2014


Como si la realidad quisiera entrar en esta discusión innecesaria (y perdida), ayer el diario Clarín publicó: (http://www.clarin.com/ciudades/Marta-Minujin-arte-cafe_0_1149485121.html)

Marta Minujín: su arte por un café

SECRETA BUENOS AIRES La artista revela cómo llegó a pintar un mural a cambio de pocillos de café de por vida.

La autora del mural lo admite: “Esta obra es parte de un acto de corrupción, pero una corrupción que en vez de hacerse con dinero involucra al arte”. Y no miente, porque lo que era la simple pared blanca de un bar porteño, desde 2011 se convirtió en una muestra de que, cuando hay talento creativo, unos pocos trazos bastan para darle a esa pared el beneficio de ser arte. La obra está en el bar-confitería de Montevideo y Juncal y su autora es nada menos que la imaginativa Marta Minujín.
Entonces, si se trata de arte y de un trabajo creativo para que pueda disfrutarlo cualquiera que se llegue hasta el lugar, ¿dónde está el acto de corrupción? La respuesta es la misma historia que hay detrás de esa imagen de rostros fragmentados. Todo empezó después de una sesión que Minujín realizó con su psiquiatra. En ese tiempo, el café era una de las debilidades de la artista: tomaba dieciséis por día. Entonces, el médico le sugirió que redujera o dejara totalmente aquel hábito porque eso no le parecía recomendable para su salud.
Ese mismo día, al salir del consultorio, Marta no pudo con su genio y se fue a tomar un café a Le Pont, allí en Montevideo y Juncal. En el lugar la esperaba una sorpresa. En ese momento se encontró con el dueño del local y se propusieron un canje: ella pintaría un mural con su firma y, a cambio, tendría café gratis de por vida. “Fue a todas luces un acto de corrupción, pero yo corrompo con arte”, define la propia Minujín mientras disfruta el contenido de un humeante pocillo, sentada junto a su obra, que se destaca mucho más con el sol del mediodía de Buenos Aires que llega desde la calle.
La imagen tiene la sencillez de lo deslumbrante: son los perfiles de siete personas (cuatro mujeres y tres hombres entremezclados) con sus miradas enfrentadas. Los trazos sobre un gran fondo blanco se lucen en dorado, negro, rojo y violeta. Y sobre el margen derecho, abajo, la firma de la autora. “En realidad lo que está puesto aquí es una sola persona que se enfrenta a sí misma”, sostiene Minujín, quien afirma que en este mundo multidireccional en el que vivimos “uno es muchas personas en una sola, porque depende de la mirada de quien tiene enfrente”. Después, sentencia: “Esa mirada y la imagen que cada uno proyecta no es siempre la misma”.
Según recuerda, esto de pintar rostros fragmentados surgió en 1986 cuando trabajaba en un mural dentro del aeropuerto de Ezeiza. “Yo estaba en el andamio y se me acercó Carlos Monzón, pidiéndome un autógrafo. Como no teníamos ningún papel a mano, pinté algo sobre un plato y desde ese momento hice muchos de esos platos y hasta los vendí”, afirma Minujín. Es que su obra siempre tiene ese costado que la hace diferente. Para confirmarlo alcanza con recordar La Menesunda en 1965; el famoso Obelisco de Pan Dulce (realizado en 1979 con 10.000 panes dulces que después fueron repartidos entre la gente); el Partenón de Libros (hecho en 1983 con libros que había prohibido la última dictadura); el Ágora por la Paz (instalado en la plaza Alemania) o el más reciente Gran Nido de Hornero (la gente puede meterse y conocerlo por dentro) que presentó hace unos días y que hasta el 17 de junio estará en una exposición en la calle Libertad.
Como se puede apreciar, la imaginación de Marta Minujín no tiene límites. Y sus propuestas de canjear arte por servicios tampoco. Porque así como logró con un mural conseguir el café de por vida, en otro momento de su existencia también consiguió que un centro de belleza le permitiera usar su cama solar a cambio de una obra suya pintada sobre un espejo. Fue en 1994 y el trabajo todavía se exhibe en ese local de la calle Arenales, a metros de Montevideo. Pero esa es otra historia.

 A mí no me gusta el trabajo de Minujín, y considero que en los últimos 20 años (el tiempo que llevo prestándole atención) se ha dedicado a especular con su anterior originalidad sesentosa, quedándose atascada en un concepto y en una vivencia que no evolucionó ni con los tiempos, ni con el devenir artístico ni con ella como persona.  Uno no se pasa 40 años pensando o haciendo lo mismo.  Si se persevera en la obstinación de seguir igual la idea de “creatividad” y de “originalidad” desaparece.  Creo que de lo que se trata es de tener la vaca atada y lucrar con el dogma de que si una vez hizo algo bueno todo lo demás tiene que ser bueno también.  Otro contundente acto de fe de la Secta del Arte.  El hecho de garabatear una pared (y llamarlo “mural”) o un espejo para asegurarse café o tintura de por vida me resulta sencillamente insultante hacia la propia obra.  Pero yo qué sabré; ella es considerada una artista consagrada y yo ni registro existencia en el radar de los connoisseurs


Pero si se trata de aprender del ejemplo, yo no quiero aprender de esto.  Me niego a “cualquier cosa” total, da igual.  La plebe o el vulgo (o como sea que se refieran los líderes de la Secta al resto de los humanos) acepta cualquier cosa que ellos digan que es “arte”, ya que su palabra es hacedora de magia, mística y verdad.  Lo que vemos, lo que opinamos con sentido común, la natural indiferencia hacia lo que percibimos como mediocre o intrascendente, no es más que la demostración de nuestra supina ignorancia.  Debemos con humildad aceptar que los Santos Patronos de la Secta nos salven y nos ilustren; cualquier manifestación de duda es pecado mortal (mortal para el negocio, última transmutación del todopoderoso dios del mercado).

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