Como si la realidad quisiera entrar en esta
discusión innecesaria (y perdida), ayer el diario Clarín publicó: (http://www.clarin.com/ciudades/Marta-Minujin-arte-cafe_0_1149485121.html)
Marta Minujín:
su arte por un café
SECRETA BUENOS AIRES La artista revela cómo llegó a pintar un
mural a cambio de pocillos de café de por vida.
La
autora del mural lo admite: “Esta obra es parte de un acto de corrupción, pero
una corrupción que en vez de hacerse con dinero involucra al arte”. Y no
miente, porque lo que era la simple pared blanca de un bar porteño, desde 2011
se convirtió en una muestra de que, cuando hay talento creativo, unos pocos
trazos bastan para darle a esa pared el beneficio de ser arte. La obra está en
el bar-confitería de Montevideo y Juncal y su autora es nada menos que la
imaginativa Marta Minujín.
Entonces, si se trata de arte y de un trabajo creativo
para que pueda disfrutarlo cualquiera que se llegue hasta el lugar, ¿dónde está
el acto de corrupción? La respuesta es la misma historia que hay detrás de esa
imagen de rostros fragmentados. Todo empezó después de una sesión que Minujín
realizó con su psiquiatra. En ese tiempo, el café era una de las debilidades de
la artista: tomaba dieciséis por día. Entonces, el médico le sugirió que
redujera o dejara totalmente aquel hábito porque eso no le parecía recomendable
para su salud.
Ese mismo día, al salir del consultorio, Marta no pudo con
su genio y se fue a tomar un café a Le Pont, allí en Montevideo y Juncal. En el
lugar la esperaba una sorpresa. En ese momento se encontró con el dueño del
local y se propusieron un canje: ella pintaría un mural con su firma y, a
cambio, tendría café gratis de por vida. “Fue a todas luces un acto de
corrupción, pero yo corrompo con arte”, define la propia Minujín mientras
disfruta el contenido de un humeante pocillo, sentada junto a su obra, que se
destaca mucho más con el sol del mediodía de Buenos Aires que llega desde la
calle.
La imagen tiene la sencillez de lo deslumbrante: son los
perfiles de siete personas (cuatro mujeres y tres hombres entremezclados) con
sus miradas enfrentadas. Los trazos sobre un gran fondo blanco se lucen en
dorado, negro, rojo y violeta. Y sobre el margen derecho, abajo, la firma de la
autora. “En realidad lo que está puesto aquí es una sola persona que se
enfrenta a sí misma”, sostiene Minujín, quien afirma que en este mundo
multidireccional en el que vivimos “uno es muchas personas en una sola, porque
depende de la mirada de quien tiene enfrente”. Después, sentencia: “Esa mirada
y la imagen que cada uno proyecta no es siempre la misma”.
Según recuerda, esto de pintar rostros fragmentados surgió
en 1986 cuando trabajaba en un mural dentro del aeropuerto de Ezeiza. “Yo
estaba en el andamio y se me acercó Carlos Monzón, pidiéndome un autógrafo.
Como no teníamos ningún papel a mano, pinté algo sobre un plato y desde ese
momento hice muchos de esos platos y hasta los vendí”, afirma Minujín. Es que
su obra siempre tiene ese costado que la hace diferente. Para confirmarlo
alcanza con recordar La Menesunda en 1965; el famoso Obelisco de Pan Dulce
(realizado en 1979 con 10.000 panes dulces que después fueron repartidos entre
la gente); el Partenón de Libros (hecho en 1983 con libros que había prohibido
la última dictadura); el Ágora por la Paz (instalado en la plaza Alemania) o el
más reciente Gran Nido de Hornero (la gente puede meterse y conocerlo por
dentro) que presentó hace unos días y que hasta el 17 de junio estará en una
exposición en la calle Libertad.
Como se puede apreciar, la imaginación de Marta Minujín no
tiene límites. Y sus propuestas de canjear arte por servicios tampoco. Porque
así como logró con un mural conseguir el café de por vida, en otro momento de
su existencia también consiguió que un centro de belleza le permitiera usar su
cama solar a cambio de una obra suya pintada sobre un espejo. Fue en 1994 y el
trabajo todavía se exhibe en ese local de la calle Arenales, a metros de
Montevideo. Pero esa es otra historia.
A mí no me gusta el trabajo
de Minujín, y considero que en los
últimos 20 años (el tiempo que llevo prestándole atención) se ha dedicado a
especular con su anterior originalidad sesentosa, quedándose atascada en un
concepto y en una vivencia que no evolucionó ni con los tiempos, ni con el
devenir artístico ni con ella como persona.
Uno no se pasa 40 años pensando o haciendo lo mismo. Si se persevera en la obstinación de seguir
igual la idea de “creatividad” y de “originalidad” desaparece. Creo que de lo que se trata es de tener la
vaca atada y lucrar con el dogma de que si una vez hizo algo bueno todo lo demás
tiene que ser bueno también. Otro
contundente acto de fe de la Secta del Arte. El hecho de garabatear una pared (y llamarlo “mural”) o un espejo para asegurarse café
o tintura de por vida me resulta sencillamente insultante hacia la propia
obra. Pero yo qué sabré; ella es
considerada una artista consagrada y yo ni registro existencia en el radar de
los connoisseurs…
Pero si se trata de aprender del ejemplo, yo no quiero aprender de
esto. Me niego a “cualquier cosa” total, da
igual. La plebe o el vulgo (o como sea
que se refieran los líderes de la Secta al resto de los humanos)
acepta cualquier cosa que ellos digan que es “arte”, ya que su palabra es hacedora de magia, mística y verdad. Lo que vemos, lo que opinamos con sentido
común, la natural indiferencia hacia lo que percibimos como mediocre o
intrascendente, no es más que la demostración de nuestra supina
ignorancia. Debemos con humildad aceptar
que los Santos Patronos de la Secta nos salven y nos ilustren; cualquier manifestación
de duda es pecado mortal (mortal para el negocio, última transmutación del
todopoderoso dios del mercado).
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