El
artista como ¿“cronista”? de su
tiempo.
Tal vez el artista deba asimilarse a los
intelectuales y desde la distancia constituirse en un cronista de su tiempo. Un testigo.
Alguien que –en modo consciente o no- refleja en su obra la realidad de
la que le ha tocado ser contemporáneo.
Una especie
de bardo visual abocado a preservar las imágenes de la realidad de su entorno
y su comunidad. En un lenguaje simbólico que podrá, a la
distancia atemporal, ser interpretado en modo universal. El Guernica de Picasso nos pone la piel de gallina ante la desesperación de las
muertes innecesarias de la batalla. Delacroix
con La
libertad guiando al Pueblo nos hace revivir la pasión desbordada de la Comuna
de Paris. Desde cualquier lugar y en
cualquier tiempo esas obras resultan sucintas y elocuentes relatoras de la
historia.
¿Qué refleja Hirst
con su tiburón en formol? Nada. Absolutamente nada. ¿Es un impostor o realmente el más fiel
reflejo del nivel de estupidez nihilista que ha logrado ganar al
mercado del arte? ¿La facilidad del
fraude sustentado en hábil publicidad y en la decadencia de la inteligencia no
es también un modo de reseñar para la posteridad la realidad de un artista que
no sabe ni dibujar ni pintar, que lo dice a boca de jarro, e igualmente su obra se cotiza por millones?
El artista como cronista
no requiere mérito en sí, sino mera
producción y aceptación –o no- en el
mercado. De cualquier manera su historia
habrá, en el futuro, aplicar significancias para la comprensión de los tiempos
que le tocó vivir. Habrá artistas
señeros, cuyo nombre y obra hablará en forma puntual y a perpetuidad, y el
resto –como movimientos o escuelas o meramente tendencias-, que sin nombres
propios ni obra recordable, rellenaran
los huecos para la comprensión de las generaciones venideras.
En los primeros cursos de filosofía que tomé me
resultaba del todo fastidiosa la prohibición
impuesta de analizar situaciones actuales. La profesora me repetía que sólo la distancia
permitía el análisis, que la cercanía altera la perspectiva. Sabia ella y demasiado joven yo negaba la
certeza de esa aseveración que hoy la sé aplicable a todos los órdenes de la
vida. Cuando te golpea y arrasa la ola es imposible ubicar el horizonte.
Así, el artista resulta un cronista
involuntario que no sabe que
registra para la posteridad, aunque su obra haya de hablar tanto con
sus presencias como con sus ausencias, con su calidad o con su falta de
ella, con su aceptación o su desprecio.
El discurrir de su obra es testigo de su tiempo, pero solo podrá ser
comprendido cuando ese tiempo sea definitivamente pasado.
“Hechos que pueblan el espacio y que
tocan a su fin cuando alguien se muere pueden maravillarnos, pero una cosa, o
un número infinito de cosas, muere en cada agonía, salvo que exista una memoria
del universo, como han conjeturado los teósofos. En el
tiempo hubo un día que apagó los últimos ojos que vieron a Cristo; la batalla
de Junín y el amor de Helena murieron con la muerte de un hombre. ¿Qué morirá
conmigo cuando yo muera, qué forma patética o deleznable perderá el mundo?”
Jorge Luis Borges El Testigo (fragmento) - El
Hacedor
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