domingo, 1 de junio de 2014


"Ha llegado la hora, dijo la Morsa al Carpintero, de que hablemos de otras cosas..."

  La traducción no es del todo correcta, pero así la leí por primera vez en una historieta allá a mis diez, once años, y desde entonces es mi versión oficial de apertura al mundo de Alicia y mi mantra recordatorio personal de que ya hubo suficiente distracción y debemos volver "a las cosas" como aconsejaba Ortega y Gasset.

  Es cierto, recuerdo ahora ante la evidencia práctica, de que cuando uno se ocupa de mostrar el trabajo que realiza de realizar el trabajo no se trata más.  Voy y vengo,  coordino la entrega o el retiro de las obras, contesto mails, bajo material de prensa, organizo datos que recibo y reenvío, paso por la imprenta, y sociabilizo por encima de mi práctica y costumbre.  Me desordeno sobre mi desorden habitual y eso de sentarse a dibujar o de pararme a pintar frente al caballete se convierte en historia antigua.

  No se puede todo aunque uno deba poder con todo.  En teoría acepto la necesidad de diversificar: que el artista cree, que el marchand se ocupe de difundir la obra, que el galerista venda y el agente de prensa publicite.  O.K.: sí, son necesarias manos amigas que colaboren.  Son muy útiles.  Pero la realidad es que no se puede ni pagar ni confiar en terceras personas salvo la excepción de que ellas crean en lo mismo que uno cree, lo que en mi caso es imposible porque, ya sabemos, yo NO CREO EN NADA.  Entonces, todo queda en casa y toda labor debe ser casera.  Vamos hasta donde podemos y cuando la espalda nos obliga al parate, recapitulamos y volvemos al principio de, simplemente, pasar interminables horas gratas ante el tablero, bajo la luz de la desvencijada lámpara de dibujo, jugando al juego que mejor nos sale.

  En ese momento estoy.  En la vuelta al redil y a las buenas costumbres.  A detenerme sólo en pensar que  hoy acabaré de trabajar con tinta para mañana fijar una base y volver a los pinceles.  Se siente como volver a casa un frío anochecer tormentoso, sabiendo que los días venideros no habrá necesidad de salir a la intemperie.




¡Argentinos! ¡A las cosas, a las cosas!

    No me considero competente para dirimir la cuestión del grado de influencia del pensamiento de Ortega en los países en que se lo ha leído con más devoción, pero creo que es difícil que en alguno la dirección político-cultural se haya imbuido tanto de lenguaje orteguiano como en Argentina.  (...)  Las conferencias de 1939 permitieron que se publicara luego el libro Meditación del pueblo joven, en el que pueden releerse estos celebérrimos párrafos: "¡Argentinos! ¡A las cosas, a las cosas! Déjense de cuestiones previas personales, de suspicacias, de narcisismos. No presumen ustedes el brinco magnífico que dará este país el día que sus hombres se resuelvan de una vez, bravamente, a abrirse el pecho a las cosas, a ocuparse y preocuparse de ellas directamente y sin más, en vez de vivir a la defensiva, de tener trabadas y paralizadas sus potencias espirituales, que son egregias, su curiosidad, su perspicacia, su claridad mental secuestradas por los complejos de lo personal".






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