La traducción no es del todo correcta, pero así la leí por primera vez en una historieta allá a mis diez, once años, y desde entonces es mi versión oficial de apertura al mundo de Alicia y mi mantra recordatorio personal de que ya hubo suficiente distracción y debemos volver "a las cosas" como aconsejaba Ortega y Gasset.
Es cierto, recuerdo ahora ante la evidencia práctica, de que cuando uno se ocupa de mostrar el trabajo que realiza de realizar el trabajo no se trata más. Voy y vengo, coordino la entrega o el retiro de las obras, contesto mails, bajo material de prensa, organizo datos que recibo y reenvío, paso por la imprenta, y sociabilizo por encima de mi práctica y costumbre. Me desordeno sobre mi desorden habitual y eso de sentarse a dibujar o de pararme a pintar frente al caballete se convierte en historia antigua.
No se puede todo aunque uno deba poder con todo. En teoría acepto la necesidad de diversificar: que el artista cree, que el marchand se ocupe de difundir la obra, que el galerista venda y el agente de prensa publicite. O.K.: sí, son necesarias manos amigas que colaboren. Son muy útiles. Pero la realidad es que no se puede ni pagar ni confiar en terceras personas salvo la excepción de que ellas crean en lo mismo que uno cree, lo que en mi caso es imposible porque, ya sabemos, yo NO CREO EN NADA. Entonces, todo queda en casa y toda labor debe ser casera. Vamos hasta donde podemos y cuando la espalda nos obliga al parate, recapitulamos y volvemos al principio de, simplemente, pasar interminables horas gratas ante el tablero, bajo la luz de la desvencijada lámpara de dibujo, jugando al juego que mejor nos sale.
En ese momento estoy. En la vuelta al redil y a las buenas costumbres. A detenerme sólo en pensar que hoy acabaré de trabajar con tinta para mañana fijar una base y volver a los pinceles. Se siente como volver a casa un frío anochecer tormentoso, sabiendo que los días venideros no habrá necesidad de salir a la intemperie.
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