Por exceso de racionalización o por vocación innata a jugar de abogado
del diablo, me quedé ayer rumiando sobre los posts que había compilado aquí sobre
marketing para artistas. Y mientras reconozco que muchas de las
prácticas sugeridas son las mismas que en los hechos hacemos casi
instintivamente los artistas periféricos huérfanos de galerías, no pude evitar
el buscarle la quinta pata a esas
mismas cuestiones y, claro, se la encontré.
Me explico.
El asunto de reseñar la carrera, armando curriculums con detalle e imágenes de los eventos, registrando pormenorizadamente las obras y
tratando de difundir el quehacer por medio de terceros (libros o directorios de
arte, revistas especializadas, diarios masivos, sitios web), de modo que “se
sepa” quién es uno y lo que hace, es algo que hemos hecho y hacemos todos. Es
de manual. Apenas arrancás en esto, ya
para postularte a una convocatoria o para acceder a un espacio de exposición te
piden tus antecedentes, tu ¿quién sos?
Pero por ganas de ser contradictoria me puse a considerar que esto tiene
también sus serios riesgos. Obviamente,
no cuando uno es más o menos honesto con la “realidad” que relata, cuando la vida que se plasma es la vida que
uno lleva y cuando se ha invertido más de la mitad del alma en conservar
siempre y a cualquier precio la coherencia y el autorrespeto. Cuando el
curriculum habla de lo que uno ha venido haciendo a fuerza de voluntad y
convicción, a mero golpe de pasión.
Se sabe que el pez por la boca (o por la web) muere. Y puede que este paradigma del saber popular
se aplique a los artistas que se construyen a puro marketing y que su obra más
que un reflejo del espíritu intangible de su autor sea el pálido espejo de su más
ávido bolsillo.
Hace un tiempo alguien (para poner en evidencia mi baja productividad
fruto de mi distracción en proyectos paralelos) me mandó por mail el
enlace de un artículo sobre otro artista que me es contemporáneo (ambos somos
del 67): http://www.soloazar.com.ar/latinoamerica/noticia/6284-Bienvenidos-a-BerazaMilo. La intención era fastidiarme –lo que
consiguió-, pero lo que me dejó “impresionada”
(¿?) fue el nivel de productividad del colega:
“… Está revelando cómo un ex
empresario textil pudo convertirse en un pintor que produce más de 1500 obras
al año. Por supuesto, la explicación no basta. Para entenderlo tal vez haya que remontarse a sus orígenes chaqueños, que
marcan el colorido y temas de su pintura, o puede ser que tenga que ver con la
influencia de Jorge de la Vega, Nigro, Macció y Deirá en su obra. Quizás
simplemente sucede que Lockett siempre fue un pintor disfrazado de empresario,
esperando al 2002 para dar el salto. Lo cierto es que esta dinámica combinación
lo ha convertido en el centro de la escena artística argentina, y, por
supuesto, de su presentación en el Hipódromo Argentino de Palermo. En sus 10 años de carrera siempre ha sido bien recibido por el público…”
¿1500 obras al
año? ¿1500? Tal vez yo sea un poco snob (que lo soy) y
que esté llena de prejuicios anacrónicos que me impiden asociar arte
con empresa,
pero no puedo evitar pensar que ante tanta cantidad de obra debe hacer agua la
calidad de cada una de ellas. ¿1500?
Una reseña de
este tipo solo sirve para despertar la curiosidad. Seguramente era la intensión pero ¿el
publicista que la redactó hizo un control de riesgos y daños colaterales? ¿Tuvo
en cuenta que a veces el que lee también piensa por su cuenta (a escondidas de Forster, claro)? Porque uno lee y se pregunta: ¿sólo 10 años de
carrera y ya estamos ahí, top de los top, la estrella más brillante? Yo miro la obra en cuestión y no me gusta
(perdón, en realidad no las diferencio.
Las 1500 de un año me resultan iguales a las 1500 del año siguiente). Claro que de qué vale mi opinión… Yo debo estar equivocada, ya que este artista
está actualmente pintando las oficinas de Facebook
en Baires: http://nochegeek.com/2014/05/22/milo-lockett-pinto-en-las-oficinas-de-facebook/
Ya decían los
gurús del marketing: para triunfar en el arte hay que estar en Facebook. Por eso triunfa: sigue los consejos
marquetineros al pie de la letra. Pero
veo en la foto que no pinta solo, por lo que las 1500 me son más creíbles. Pero, ¿cuál es la gracia? Y, ¿dónde las
mete? Más aún: ¿para qué quiere tanta
figurita repetida? ¿A todas les pondrá nombre? ¡Qué inventiva y qué memoria!
Pero
evidentemente yo estoy en todo
AB-SO-LU-TA-MEN-TE equivocada y es ASI como se hacen las cosas si uno
quiere triunfar (en sólo 10 años de carrera).
El marketing
permite que todo esté a la vista y que si alguien habla de éxito todos lo
repitan como un coro griego. Y de tanto
repetirlo se hace realidad: la palabra constituye el hecho (aunque este, en el
plano tangible, no exista). Pero ¿es así
de simple? Supongo que no. Siempre hay
algo más. Vemos la punta del iceberg, el
resto se pierde en el océano de vaguedades.
Buscando explicaciones uno puede ir por el camino pragmático del
dinero. Esto también está en la web:
Tal vez sea uno de los principales consejos de marketing que yo no leí (porque
es de los que se dicen en voz baja y solo al selecto grupo merecedor de
esos secretos) el acercarse al político de turno y adherir con fe a las
convicciones del momento para asegurarse el reconocimiento público, los fondos
necesarios y el sostén seguro para la vejez propia y de las generaciones
venideras. Lockett supo ponerse bajo la sombra protectora de Capitanich en sus tiempos de gobernador
de Chaco –provincia natal del
artista- y así “subsidiar” su labor artística en sus pagos, viniéndose para la
Capital cuando el gobernador pasó a ser Jefe de Gabinete de la Nación.
Supongo –ya que dos más dos en mi planeta dan cuatro- que fue por esta
vía que consiguió que el INCAA, el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales,
financiara con los impuestos de los ciudadanos del país que preferirían se
gastaran en otra cosa el INCOMPRENSIBLE
un documental con la vida de Lockett:
“Rey
Milo” (http://www.telam.com.ar/notas/201405/63104-los-mundos-de-milo-lockett-en-un-documental-de-federico-bareiro.html).
Es evidente que el marketing es eficaz.
Que es el único camino certero para triunfar en el arte. Yo, también es
obvio, hablo de envidia y resentimiento. El mismo rencor que me impulsó hace un
par de años, al cruzarme en el aeropuerto de Ciudad de Panamá a Capitanich, a querer
insultarlo a los gritos (lo que lamentablemente me impidieron). Yo cumplía los
trámites de aduanas como cualquiera, Capitanich y sus hijas adolescentes iban por el sendero
despejado de la vía diplomática. Yo había pagado mi pasaje turista en una línea comercial,
él y su cría usaron el avión sanitario de la gobernación bajo la excusa de que lo
llevaba a “reparar” (¡a Panamá!). Yo
sigo trabajando a destajo para subsistir y pagar los impuestos bajo constante amenaza de la AFIP; a él lo premiaron con la
Jefatura de Gabinete (aunque a mi criterio ese premio terminó con sus aspiraciones
políticas). Sí, yo soy una resentida. Una mediocre y amargada artista frustrada que descree del marketing (y de la política).
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