Sobre la intervención artística de objetos de uso cotidiano.
El primer día
de trabajo en mi escoba ha sido por demás frustrante. Sólo logré una escoba que parece un Batman montado por un crío de 6 años
para tener un compañero de juegos. Mi
escoba luce exactamente como una escoba con una máscara (del hombre murciélago)
superpuesta.
Si bien no es
un asunto que haya estudiado formalmente ni sobre el que diera muchas vueltas
en mi cabeza, entiendo que la intervención artística de objetos está lejos de
ser una mera superposición de cosas, unas sobre otras sin ton ni son. Ese acumulamiento sólo sería un montaje
circunstancial o un rejunte efectista sin
mérito plástico alguno. Performance de moda que nada tiene que ver con el arte.
La intervención –a mi criterio, obviamente
muy discutible- implica modificar la estructura del objeto base desde una concepción
estética e invasiva, integrando el agregado de forma que ya no puedan
escindirse. El objeto base no puede volver a ser el mismo que era antes de
la participación del artista. Nadie debería
poder sacar la máscara de Batman de mi escoba para usarla para barrer.
Decía
frustrante porque no había fusión en mis primeros intentos, no dejaba de verse
como cosas distintas caprichosamente aplicadas unas sobre otrs. Esta mañana recurrí al truco de aplicar
cordoncitos (esos que fungen de manijas de las bolsas de papel que entregan en
las tiendas) para ir unificando superficies de base y agregados. Los huecos los suavicé con más cartapesta
leve. Pareciera que así se va esfumando
el superhéroe y empieza a fluir una tercera cosa, distintas de las previas. Al menos empiezo a sentirme un poco más a
gusto. Ya no está Adam West devolviéndome la mirada cuando miro a mi escoba
enmascarada.
No sé cómo se
define a nivel académico este asunto de la intervención artística. Pero debe incluir en su consideración el
hecho de que la visión del artista que interviene modifica la base con su
impronta personal, sino cual sería el chiste del asunto. En mi caso, mi escoba intervenida debería
hablar de mi obsesión por los detalles, mi manía por el equilibrio visual y la
exageración en los recursos. Lo
auténticamente farnelliano hacer que el observador cuestione "¿Por
qué no se detuvo antes, por qué nadie la paró antes de visar el exceso incómodo y ridículo?"
Mi escoba enmascarada tiene que ser excesiva. Y, definitivamente, tiene que tener
letras. Los nombres de algunas
brujas. Sin mi toque intelectualoide y
denso (el Ragnarök historiográfico y literario) no sería del todo
mía. Pero, ¿cómo? No tengo espacio y si la escoba va colgada en
la pared sólo puede leerse en el frente del mango. Y tampoco se trata de escribir tan pequeñito
que nadie acceda a la lectura. Quien diría
que una estúpida escoba me generaría tanta complicación…
Como una cosa
trae otra y a mí me es imposible no
relacionar todo con todo, mientras chequeaba en la web la data de brujas
asesinadas por la Inquisición (perdón: pobres
e inocentes mujeres asesinadas bajo la absurda convicción de que eran brujas
por un montón de señores de la iglesia comprobadamente misóginos y sádicos)
me topé con una referencia al ingeniero
austríaco y nazi Hans Horbiger. De ahí pasé a recordar la interesante charla
que mantuve con otro artista hace años en la vereda de una galería de Palermo
donde ambos exponíamos y que ya no existe.
Él era un maravilloso dibujante que se había volcado al arte digital más
por curiosidad que por renuncia a su auténtico talento. Trabajaba con fotografías de desnudos que
tomaba de páginas pornográficas. Como yo
también he recurrido a esa fuente inagotable ante los costos inaccesibles de
modelos “vivos”, la conversación fluyó con toda naturalidad y lógica hacia qué
tipo de páginas preferíamos considerar como sustento de nuestra obra.
Él era un adorador de las páginas vintage
de la robusta y madura Europa oriental, siendo originario de Rusia y Polonia su archivo favorito. Yo reconocía mi preferencia por páginas
americanas o francesas actuales dado mi gusto por modelos más cercanas a la
estética actual de piernas largas y delgadez extrema. Él buscaba una imagen de resignada y sensual
decadencia, yo he buscado siempre cierto soberbio e indiferente poder emergente
de sexualidad femenina autogobernada. Sé que suena bizarro, pero para nosotros esa tarde
palermitana fue una conversación de lo
más normal.
Después degeneramos hacia la
literatura, hacia Eco con su péndulo, la tierra hueca, el subte de Paris y la teoría
de las 4 lunas de Hans Horbiger. Siempre
con el mismo tono coloquial de charla de circunstancial vernissage.
Mis brujas me
hicieron recordarlo hoy y rememorarlo aquí. Las dos imágenes que ilustran esta entrada son las obras que estuvieron
colgadas en esa exhibición en Palermo.
Ambas obras están actualmente perdidas en Londres, después de una muestra de la
que nunca regresaron a casa.
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