sábado, 21 de junio de 2014



Sobre la intervención artística de objetos de uso cotidiano.


El primer día de trabajo en mi escoba ha sido por demás frustrante.  Sólo logré una escoba que parece un Batman montado por un crío de 6 años para tener un compañero de juegos.  Mi escoba luce exactamente como una escoba con una máscara (del hombre murciélago) superpuesta.

Si bien no es un asunto que haya estudiado formalmente ni sobre el que diera muchas vueltas en mi cabeza, entiendo que la intervención artística de objetos está lejos de ser una mera superposición de cosas, unas sobre otras sin ton ni son.   Ese acumulamiento sólo sería un montaje circunstancial  o un rejunte efectista sin mérito plástico alguno. Performance de moda que nada tiene que ver con el arte.

  La intervención –a mi criterio, obviamente muy discutible- implica modificar la estructura del objeto base desde una concepción estética e invasiva, integrando el agregado de forma que ya no puedan escindirse.  El objeto base  no puede volver a ser el mismo que era antes de la participación del artista.  Nadie debería poder sacar la máscara de Batman de mi escoba para usarla para barrer.

Decía frustrante porque no había fusión en mis primeros intentos, no dejaba de verse como cosas distintas caprichosamente aplicadas unas sobre otrs.  Esta mañana recurrí al truco de aplicar cordoncitos (esos que fungen de manijas de las bolsas de papel que entregan en las tiendas) para ir unificando superficies de base y agregados.  Los huecos los suavicé con más cartapesta leve.  Pareciera que así se va esfumando el superhéroe y empieza a fluir una tercera cosa,  distintas de las previas.  Al menos empiezo a sentirme un poco más a gusto.  Ya no está Adam West devolviéndome la mirada cuando miro a mi escoba enmascarada.

No sé cómo se define a nivel académico este asunto de la intervención artística.  Pero debe incluir en su consideración el hecho de que la visión del artista que interviene modifica la base con su impronta personal, sino cual sería el chiste del asunto.  En mi caso, mi escoba intervenida debería hablar de mi obsesión por los detalles, mi manía por el equilibrio visual y la exageración en los recursos.  Lo auténticamente  farnelliano  hacer que el observador cuestione "¿Por qué no se detuvo antes, por qué nadie la paró antes de visar el exceso incómodo y ridículo?" 

  Mi escoba enmascarada tiene que ser excesiva.  Y, definitivamente, tiene que tener letras.  Los nombres de algunas brujas.  Sin mi toque intelectualoide y denso (el Ragnarök historiográfico y literario) no sería del todo mía.  Pero, ¿cómo?  No tengo espacio y si la escoba va colgada en la pared sólo puede leerse en el frente del mango.  Y tampoco se trata de escribir tan pequeñito que nadie acceda a la lectura.  Quien diría que una estúpida  escoba me generaría tanta complicación…





 Como una cosa trae otra y a mí  me es imposible no relacionar todo con todo, mientras chequeaba en la web la data de brujas asesinadas por la Inquisición (perdón: pobres e inocentes mujeres asesinadas bajo la absurda convicción de que eran brujas por un montón de señores de la iglesia comprobadamente misóginos y sádicos)  me topé con una referencia al ingeniero austríaco y nazi Hans Horbiger.  De ahí pasé a recordar la interesante charla que mantuve con otro artista hace años en la vereda de una galería de Palermo donde ambos exponíamos y que ya no existe.  

  Él era un maravilloso dibujante que se había volcado al arte digital más por curiosidad que por renuncia a su auténtico talento.  Trabajaba con fotografías de desnudos que tomaba de páginas pornográficas.  Como yo también he recurrido a esa fuente inagotable ante los costos inaccesibles de modelos “vivos”, la conversación fluyó con toda naturalidad y lógica hacia qué tipo de páginas preferíamos considerar como sustento de nuestra obra.  Él era un adorador de las páginas vintage de la robusta y madura Europa oriental, siendo originario de  Rusia y Polonia su archivo favorito.  Yo reconocía mi preferencia por páginas americanas o francesas actuales dado mi gusto por modelos más cercanas a la estética actual de piernas largas y delgadez extrema.  Él buscaba una imagen de resignada y sensual decadencia, yo he buscado siempre cierto soberbio e indiferente poder emergente de sexualidad femenina autogobernada. Sé que suena bizarro, pero para nosotros esa tarde palermitana  fue una conversación de lo más normal.  

Después degeneramos hacia la literatura, hacia Eco con su péndulo, la tierra hueca, el subte de Paris y la teoría de las 4 lunas de Hans Horbiger.  Siempre con el mismo tono coloquial de charla de circunstancial vernissage.


Mis brujas me hicieron recordarlo hoy  y rememorarlo aquí.  Las dos imágenes que ilustran esta entrada son las obras que estuvieron colgadas en esa exhibición en Palermo.  Ambas obras están actualmente perdidas en Londres, después de una muestra de la que nunca regresaron a casa.





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