El
artista como ¿“adalid”? de su tiempo.
El guía, la cabeza visible, el hombre pancarta. El líder temerario y algo utópico, levemente
irresponsable, decididamente estereotipado.
La vanguardia que hace gala y alarde de su adelantamiento.
Es fácil
distinguir a Dalí como exponente de
una visión surrealista de la sociedad:
los relojes blandos (La Persistencia de la Memoria), El
Perro Andaluz con Buñuel,
sus amoríos con García Lorca… Todo lo que hoy comprendemos como surreal,
inconsciente y paranoico remite a una imagen daliliana. Warhol
y lo superficial, efímero y circunstancial: la primera reacción ante el arte pop activa en nuestra memoria los quince minutos de fama
que todo ser humano se merece.
El artista
vinculado a un estilo de vida emblemático permite ejemplos fáciles: Toulouse-Lautrec y el cabaret parisino;
Degas y la disciplina de sus niñas
con zapatillas de punta; Turner y la visión isleña de marinas brumosas; Quinquela y la dignidad del trabajo en
el puerto.
Pero me entra la duda si el artista genera y
fomenta ese estilo de vida o si simplemente se limita a compilar fragmentos
dispersos para acabar armando las imágenes de las que se apropia el colectivo
social. El arte requiere una introspección, un intimismo en la labor, que
parece ir de bruces con la acción exógena, desaforada y expansiva que uno atribuye (al menos en teoría) al héroe épico. O al héroe de moda.
El artista como adalid atribuiría al arte una cualidad visionaria, de intuición de lo que puede llegar a hacer, un avanzar acelerado hacia adelante por fuera del ritmo lógico de la historia. Justificaría la incomprensión que el artista obtiene de sus contemporáneos pero implicaría el destiempo y la necesidad de la posteridad para el reconocimiento del mensaje y su puesta en valor. Un adalid desfasado que será heroico en retrospectiva.
Quién se rebela contra la autoridad paterna y la
vence, es un héroe. Sigmund Freud
“Me disponía a entrar en el grupo surrealista
del que acababa de estudiar concienzudamente, deshuesando hasta el último
huesecillo, las consignas y los temas.
Me había imaginado que se trataba de trasladar el pensamiento al lienzo
de una forma espontánea, sin el menor escrúpulo raciona, estético o moral.
(…) Me negaba de una forma categórica a
considerar a los surrealistas como a un grupo literario y artístico más. Les suponía capaces de liberar al hombre de
la tiranía ´del mundo práctico racional´.
Yo aspiraba a convertirme en el Nietzsche de lo irracional. Yo, el racionalista convencido, era el único
que sabía lo que buscaba; no me sometería a lo irracional por lo irracional, a
lo irracional narcisista y receptivo al estilo del que practicaban los demás,
sino, todo lo contrario, libraría la batalla por la ´conquista de lo
irracional´. Entretanto, mis amigos se
dejaron absorber por lo irracional, sucumbiendo, como tantos otros, Nietzsche
comprendido, a esta debilidad romántica.
En resumen, embebido de todo lo que los
surrealistas habían publicado, con el beneplácito de Lautréamont y el marqués
de Sade, hice mi entrada en el grupo, armado de una buena fe ciertamente jesuítica, pero conservando en el
fondo la segunda intención de convertirme rápidamente en su jefe.
¿A santo de qué iba a sentirme incomodado por
escrúpulos cristianos hacia mi nuevo padre, André Bretón, cuando no los había
tenido para quién me había dado realmente el ser?
Me tomé, pues, el surrealismo al pie de la
letra, sin despreciar la sangre ni los excrementos de los que sus prosélitos
nutrían sus diatribas. Al igual que me
había esmerado en convertirme en un perfecto ateo leyendo los libros de mi
padre, también fui un estudiante de los surrealismos tan concienzudo que
rápidamente me convertí en el único ´surrealista integral´. Hasta tal punto que acabaron por expulsarme
del grupo por ser excesivamente
surrealista.”
Salvador
Dalí,
Diario
de un Genio Tusquets Editores
Barcelona 1992, pág. 17/23.
No hay comentarios:
Publicar un comentario