jueves, 12 de junio de 2014


Vacunarse contra el azar

  
Si lo que quieres es vivir cien años
No pruebes los licores del placer.
Si eres alérgico a los desengaños
Olvídate de esa mujer.
Compra una máscara antigás,
Manténte dentro de la ley.
Si lo que quieres es vivir cien años
Haz músculos de cinco a seis.

Y ponte gomina que no te despeine
El vientecillo de la libertad.
Funda un hogar en el que nunca reine
Más rey que la seguridad.
Evita el humo de los puros,
Reduce la velocidad.
Si lo que quieres es vivir cien años
Vacúnate contra el azar.

Deja pasar la tentación
Dile a esa chica que no llame más.
Y si protesta el corazón
En la farmacia puedes preguntar:
¿tiene pastillas para no soñar?
 
Joaquín Sabina  Pastillas para no soñar


  Vacunarse contra el azar es la clave.  Evitar el vientecillo de la libertad es lo que marca el camino que conduce a las galerías, RRPP y publicistas de moda. 
 
  Alguna circunstancial conversación (que no busqué ni disfruté) con un “artista de vanguardia”, uno de esos que salen en las revistas Caras y Para Ti, que son invitados a los eventos de las "Grandes Marcas" y que siempre tienen contratos con fondos del estado, me demostró que saber negociar evita el azar y  los rechazos.  ¿Para qué correr riesgos?  ¿Para qué presentarse en concursos o salones donde en el jurado no hay ningún amigo leal?  ¿Por qué salirse del círculo seguro de un mercado restringido a los que “pertenecen”, a los “nuestros”? 

   Supongo que es de estricto sentido común buscar conveniencias y evitar los malos tratos. Que el empecinamiento en el fracaso (algo de lo que han sabido y saben acusarme) sólo es signo de estupidez o propensión grave al masoquismo. Dar de cabezazos a la pared no la derrumba, provoca  a lo sumo una conmoción cerebral.

 
  Arranqué a los catorce años presentando mis trabajos a cientos de convocatorias, calculo a la distancia una veintena al año.  Sistemáticamente me rechazaron en TODOS hasta los 22, 23 años.  A partir de ahí alguna que otra cosa me aceptaron, pero hasta el día de hoy en un 80% de las convocatorias en que me postulo me rechazan.  En el medio, han premiado algunas obras y comprado otras. ¿Qué conclusión puede sacar uno de eso?  La lógica: mi trabajo era muy malo al principio y ha ido evolucionando.  Pero una misma obra que fue rechazada en media docena de sitios ha sido premiada en otro, ¿entonces?  Qué se yo.  ¿Azar?  No entró en mi calendario de vacunas.
 
  La práctica en el fracaso no hace que valores más algún eventual reconocimiento, hace que te importe mucho menos cada rechazo.  A los veinte, revoleaba paleta, pinceles y pintura y juraba a los gritos y entre llantos que no volvería a pintar más, que “ellos” habían ganado.  Luego de dos o tres arrebatos de estos, recapacitando sobre el alto  costo de reposición de los materiales, arribé a la convicción de que uno no hace esto por la aceptación de los demás sino porque esto es lo que uno es. A partir de ahí que me seleccionaran o no  se limitaba a cierto resignado sentimiento de frustración de duración no mayor a los dos minutos.
 
  Según Baudelaire Consentir que nos condecoren es reconocer al Estado o al príncipe el derecho de juzgarnos”;  depender de la opinión del otro (jurados a los que quizá no sólo no les reconocemos mérito artístico  sino que probablemente no tengan ninguno más allá de las relaciones convenientes y oportunas) es darle un poder de supremacía sobre nosotros que, sospecho, ni ellos ni nosotros nos merecemos.

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