Vacunarse contra el
azar
Si lo que quieres es
vivir cien años
No pruebes los licores del placer.
Si eres alérgico a los desengaños
Olvídate de esa mujer.
Compra una máscara antigás,
Manténte dentro de la ley.
Si lo que quieres es vivir cien años
Haz músculos de cinco a seis.
Y ponte gomina que no te despeine
El vientecillo de la libertad.
Funda un hogar en el que nunca reine
Más rey que la seguridad.
Evita el humo de los puros,
Reduce la velocidad.
Si lo que quieres es vivir cien años
Vacúnate contra el azar.
Deja pasar la tentación
Dile a esa chica que no llame más.
Y si protesta el corazón
En la farmacia puedes preguntar:
¿tiene pastillas para no soñar?
No pruebes los licores del placer.
Si eres alérgico a los desengaños
Olvídate de esa mujer.
Compra una máscara antigás,
Manténte dentro de la ley.
Si lo que quieres es vivir cien años
Haz músculos de cinco a seis.
Y ponte gomina que no te despeine
El vientecillo de la libertad.
Funda un hogar en el que nunca reine
Más rey que la seguridad.
Evita el humo de los puros,
Reduce la velocidad.
Si lo que quieres es vivir cien años
Vacúnate contra el azar.
Deja pasar la tentación
Dile a esa chica que no llame más.
Y si protesta el corazón
En la farmacia puedes preguntar:
¿tiene pastillas para no soñar?
Joaquín Sabina Pastillas
para no soñar
Vacunarse contra el azar
es la clave. Evitar el vientecillo de la libertad
es lo que marca el camino que conduce a las galerías, RRPP y publicistas de
moda.
Alguna circunstancial conversación (que no
busqué ni disfruté) con un “artista de
vanguardia”, uno de esos que salen en las revistas Caras y Para Ti, que son
invitados a los eventos de las "Grandes
Marcas" y que siempre tienen contratos con fondos del estado, me demostró
que saber negociar evita el azar y los
rechazos. ¿Para qué correr riesgos? ¿Para qué presentarse en concursos o salones
donde en el jurado no hay ningún amigo leal?
¿Por qué salirse del círculo seguro de un mercado restringido a los que “pertenecen”, a los “nuestros”?
Arranqué a los catorce años presentando mis
trabajos a cientos de convocatorias, calculo a la distancia una veintena al
año. Sistemáticamente me rechazaron en TODOS hasta los 22, 23 años. A partir de ahí alguna que otra cosa me
aceptaron, pero hasta el día de hoy en un 80% de las convocatorias en que me
postulo me rechazan. En el medio, han premiado
algunas obras y comprado otras. ¿Qué conclusión puede sacar uno de eso? La lógica: mi trabajo era muy malo al
principio y ha ido evolucionando. Pero
una misma obra que fue rechazada en media docena de sitios ha sido premiada en
otro, ¿entonces? Qué se yo. ¿Azar? No entró en mi calendario de vacunas.
La práctica en el fracaso no hace que valores
más algún eventual reconocimiento, hace que te importe mucho menos cada rechazo. A los veinte, revoleaba paleta, pinceles y pintura
y juraba a los gritos y entre llantos que no volvería a pintar más, que “ellos” habían ganado. Luego de dos o tres arrebatos de estos, recapacitando
sobre el alto costo de reposición de los
materiales, arribé a la convicción de que uno no hace esto por la aceptación de
los demás sino porque esto es lo que uno es. A partir de ahí
que me seleccionaran o no se limitaba a
cierto resignado sentimiento de frustración de duración no mayor a los dos
minutos.
Según Baudelaire
“Consentir
que nos condecoren es reconocer al Estado o al príncipe el derecho de juzgarnos”;
depender de la opinión del otro (jurados a los
que quizá no sólo no les reconocemos mérito artístico sino que probablemente no tengan ninguno más allá de
las relaciones convenientes y oportunas) es darle un poder de supremacía sobre nosotros
que, sospecho, ni ellos ni nosotros nos merecemos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario