“Durante un reciente viaje a
Valencia, el pintor y escultor Gustavo Torner, cofundador del Museo de Arte
Abstracto de Cuenca, me confesó cómo hace más de dos décadas puso punto y final
a su relación con la galerista Soledad Lorenzo. ´Para sustentar el negocio,
Loewe (una marca para la que el artista trabajó) compra las mejores pieles,
contrata a excelentes diseñadores, inserta páginas de publicidad en las
revistas más prestigiosas y abre puntos de ventas en las ciudades más
exclusivas del mundo. Si no coloca sus
productos, la compañía asume unilateralmente las pérdidas. Las piezas más caras de Loewe tienen, querida
Soledad, el mismo precio que tus obras más baratas. ¿Qué me ofreces tú a cambio? El trabajo y los clientes los pongo yo. Si las obras no se venden, los gastos los
asume Torner´. (…) Los galeristas, un gremio que goza de un
prestigio social que no tienen otros colectivos relacionados con la venta de
productos culturales, han impuesto unas normas que a estas alturas parecen
inasumibles, inaceptables. (…) Conozco a
un sinfín de artistas que han sido humillados, estafados e, incluso,
desvalijados en nombre del arte. Los
creadores indignados se cuentan por cientos.
Los tiempos están cambiando y muchos creadores comercializan sus obras
al margen de las galerías, en sus propios estudios, sin tener que abonar
comisiones insultantes (50 por ciento) por hacer, para qué nos vamos a engañar,
más bien poco o nada. (…) ¿Qué sería de los galeristas sin los artistas? Posiblemente podrían reconvertir sus
flamantes espacios en mercerías o tiendas de todo por cien. ¿Qué les ocurriría a los creadores sin sus
representantes en este mundo?
Probablemente podrían seguir viviendo de su trabajo sin problema. (…)
Los más puristas dirán que este tipo de negocios, el del arte, necesita
un marco espiritual, una experiencia mística que yo he vivido en muchos
lugares, pero nunca en una galería.” Rafael
Sierra, Artistas versus galeristas – Nota
editorial Descubrir el Arte Nro. 156 febrero 2012, pág. 3.-
Yo tengo una reacción dual frente a las galerías. Comparto la certeza de que su “inversión”
es nula, que se limitan a alquilar un espacio y que todo riesgo y costo corre
por cuenta del artista. Sobre esa base,
su porcentaje sobre las ventas resulta abusivo y su incidencia en el desarrollo
de cualquier carrera artística es intrascendente.
Pero, por otro lado, la “galería” es un espacio necesario para la
exhibición, es el lugar apropiado para que la obra pueda proyectarse hacia
afuera del taller. Y, realmente, no
entiendo bien de que viven las galerías pues no hay muchos artistas que puedan
solventar el costo de acceder a ellas y las ventas son hechos excepcionales. No alcanzo a comprender como puede el arte
ser un “negocio” para los
involucrados directos. Lo que se cocina
en esferas más elevadas (más turbias y nada artísticas) es lo que genera esas
supuestas sumas fabulosas que son parte de la mitología popular urbana.
Yo he vendido algunas de
mis obras (pocas, para ser honesta) pero nunca a través de galerías. He expuesto mi trabajo en varias, pero
siempre pagando de mi bolsillo tanto el alquiler del espacio como los costos de
catálogos, prensa y vernissage.
Cuando era muy jovencita y
recién empezaba en esto, tenía la ingenua convicción de que si lograba hacer
trascender mi trabajo por mis propios medios lograría atraer la atención de “las galerías”, que luego vendrían a
buscarme. Con el paso del tiempo
comprendí que si yo lograba hacer trascender mi obra por mi cuenta, ¿para qué
iba a querer que se metiera nadie después?
Y de nuevo soy dual: ¿por qué iba nadie a creer en mí sin evidencias
concretas de mi valía? Entonces es lógico
que la convicción parta exclusivamente
de mí, que creo porque es lo que soy y no hay márgenes para la duda. Pero eso no se nota sin tiempo y de buenas a
primeras que alguien lo entienda es como creer en milagros o en cuentos de
hadas.
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