lunes, 9 de junio de 2014


  “Durante un reciente viaje a Valencia, el pintor y escultor Gustavo Torner, cofundador del Museo de Arte Abstracto de Cuenca, me confesó cómo hace más de dos décadas puso punto y final a su relación con la galerista Soledad Lorenzo. ´Para sustentar el negocio, Loewe (una marca para la que el artista trabajó) compra las mejores pieles, contrata a excelentes diseñadores, inserta páginas de publicidad en las revistas más prestigiosas y abre puntos de ventas en las ciudades más exclusivas del mundo.  Si no coloca sus productos, la compañía asume unilateralmente las pérdidas.  Las piezas más caras de Loewe tienen, querida Soledad, el mismo precio que tus obras más baratas.  ¿Qué me ofreces tú a cambio?  El trabajo y los clientes los pongo yo.  Si las obras no se venden, los gastos los asume Torner´. (…)  Los galeristas, un gremio que goza de un prestigio social que no tienen otros colectivos relacionados con la venta de productos culturales, han impuesto unas normas que a estas alturas parecen inasumibles, inaceptables. (…)  Conozco a un sinfín de artistas que han sido humillados, estafados e, incluso, desvalijados en nombre del arte.  Los creadores indignados se cuentan por cientos.  Los tiempos están cambiando y muchos creadores comercializan sus obras al margen de las galerías, en sus propios estudios, sin tener que abonar comisiones insultantes (50 por ciento) por hacer, para qué nos vamos a engañar, más bien poco o nada.  (…)  ¿Qué sería de los galeristas sin los artistas?  Posiblemente podrían reconvertir sus flamantes espacios en mercerías o tiendas de todo por cien.  ¿Qué les ocurriría a los creadores sin sus representantes en este mundo?  Probablemente podrían seguir viviendo de su trabajo sin problema.  (…)  Los más puristas dirán que este tipo de negocios, el del arte, necesita un marco espiritual, una experiencia mística que yo he vivido en muchos lugares, pero nunca en una galería.”   Rafael Sierra, Artistas versus galeristas – Nota editorial Descubrir el Arte  Nro. 156 febrero 2012, pág. 3.-

 
  Yo tengo una reacción dual frente a las galerías.  Comparto la certeza de  que su “inversión” es nula, que se limitan a alquilar un espacio y que todo riesgo y costo corre por cuenta del artista.  Sobre esa base, su porcentaje sobre las ventas resulta abusivo y su incidencia en el desarrollo de cualquier carrera artística es intrascendente. 
 
  Pero, por otro lado, la “galería” es un espacio necesario para la exhibición, es el lugar apropiado para que la obra pueda proyectarse hacia afuera del taller.  Y, realmente, no entiendo bien de que viven las galerías pues no hay muchos artistas que puedan solventar el costo de acceder a ellas y las ventas son hechos excepcionales.  No alcanzo a comprender como puede el arte ser un “negocio” para los involucrados directos.  Lo que se cocina en esferas más elevadas (más turbias y nada artísticas) es lo que genera esas supuestas sumas fabulosas que son parte de la mitología popular urbana.
 
  Yo he vendido algunas de mis obras (pocas, para ser honesta) pero nunca a través de galerías.  He expuesto mi trabajo en varias, pero siempre pagando de mi bolsillo tanto el alquiler del espacio como los costos de catálogos, prensa y vernissage.
 

  Cuando era muy jovencita y recién empezaba en esto, tenía la ingenua convicción de que si lograba hacer trascender mi trabajo por mis propios medios lograría atraer la atención de “las galerías”, que luego vendrían a buscarme.  Con el paso del tiempo comprendí que si yo lograba hacer trascender mi obra por mi cuenta, ¿para qué iba a querer que se metiera nadie después?  Y de nuevo soy dual: ¿por qué iba nadie a creer en mí sin evidencias concretas de mi valía?  Entonces es lógico que  la convicción parta exclusivamente de mí, que creo porque es lo que soy y no hay márgenes para la duda.  Pero eso no se nota sin tiempo y de buenas a primeras que alguien lo entienda es como creer en milagros o en cuentos de hadas. 
 
   Así, en estos más de treinta años que llevo convencida de que el arte es la única razón que justifica mi existencia (tenía catorce cuando presente una obra a un Salón de la Bolsa de Cereales, donde obviamente con buen criterio me rechazaron, pero que fue el mojón inicial de esta obcecada perseverancia) he venido siendo la única leal generosa inversora y la más constante e incondicional  propulsora de mi labor creativa.  Si sacase cuentas –que no lo hago- el número de lo invertido en mi carrera durante estos años podría darme espanto a vistas del rendimiento real que ha tenido.  Pero insisto: jamás se trató de hacer nada por dinero.  Tal vez por la gloria, pero nunca por dinero.   Tal vez por capricho, por no dar el brazo a torcer.  Tal vez por puro y simple placer.
 

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