viernes, 6 de junio de 2014


  Hace como un millón de años atrás, cuando yo tendría dieciocho o diecinueve años, me aventuré en tren a la zona oeste capitalina cargando un par de pequeños óleos (hoy sé que muy malos) para comparecer en un bar de Flores (o Floresta) donde convocaban artistas pláticos para exhibiciones individuales.  Habría sido mi primera muestra pero no fue, no porque me negaran el acceso (la pareja que me atendió fue encantadora y generosa ante mi evidente inexperiencia) sino porque uno de mis habituales ataques de uveítis me dejó temporáneamente medio ciega y completamente depresiva y no pude aprovechar esa oportunidad.  Pero el punto es que en ese bar (típico sitio de movida cultural de finales de los ochenta) se desarrollaba una feroz actividad literaria que publicaba un periódico bajo el predisponente apelativo de El Cadáver Exquisito. No me acuerdo el nombre del bar y ni por una fortuna en juego podría volver a encontrar su emplazamiento.  Pero el diarito lo guardé por años hasta que una mudanza lo liquidó. Una frase de uno de sus artículos me quedó grabada en la piel ni que fuera un tatuaje:  “La lástima hiere a quién la siente.” 



Agregaré a esta altura de mi vida que como  con la lástima con la furia y la indignación pasa otro tanto.  Es inevitable enojarse frente a ciertos estímulos (la política, ciertos políticos, el pobre país que estos mal gobiernan), pero tras la reacción visceral y básica, permitir la perpetuación de la ira sólo hiere a quién la siente.  Hay que racionalizar y gastar la energía en pensar que se hará o que se dejará de hacer para contrarrestar o combatir esos hechos nefastos, pero regodearse en el sentimiento de frustración sólo nos frustra más, nos inmoviliza y permite que esos otros -causa de nuestro enojo- sigan alegremente con sus conductas aberrantes, total nosotros estamos muy ocupados y distraídos en masticar nuestra bronca.


 Soy la primera en enojarme, lo reconozco.  Me enojo con el mercado del arte, me enojo con los críticos y galeristas, me enojo con los medios de prensa, me enojo con los publicistas y demás vendedores de humo, me enojo con la política cultural pública y me enojo con Forster que me suministra lo que puedo o no pensar.  Pero si me quedo con el enojo acreciento la úlcera, me doblo al medio y no puedo pintar.  Entonces uno  recita a viva voz el relicario de insultos y obscenidades varias con que apostrofa a cada uno de ellos, y después respira, se ceba un mate y decide que la única resistencia real es seguir siendo uno mismo pese a todos ellos.  Y yo soy yo cuando pinto.  Y pintar es lo que hago sin pedir permiso ni dar disculpas.  Mi manera de ser absolutamente libre, políticamente incorrecta y estratégicamente pensante antinacional (o lo que sea exactamente lo contrario al “deber ser” by nac&pop)


No hay comentarios:

Publicar un comentario