domingo, 29 de junio de 2014

El artista como ¿“marginal”? de su tiempo.


  Estar al margen es ir en paralelo.  Compartir el mismo espacio y el mismo tiempo, sufrir las mismas penas y padecer los mismos miedos, pero corriendo por afuera de la pista.  ¿Por qué?  Porque las reglas y las metas son distintas.  Para la sociedad todo está claramente establecido y se tiene por preciado lo que se nos dice que vale: un buen trabajo, un buen ingreso económico, un buen auto, una buena casa, una buena cirugía estética…  y siguen las bondades.  Para el artista nada es claro y ciertamente nada está establecido de antemano.  El artista sufre la maldición de Machado: “Caminante, no hay camino; se hace camino al andar”.  El artista busca, no sabe qué, pero busca y experimenta.  Analiza.  Saca conclusiones.  A veces avanza uno para delante y dos para atrás.  El artista es una Oca en juego.  Puro azar.

  Y para el artista no hay meta, sólo búsqueda.  El artista no va a ninguna parte, el artista vive y se desvive apasionadamente.  A la sociedad le gusta la prudencia y lo previsible.  El artista no puede no estar al margen de eso:  lo prudente es  apartarse de cualquier amague de vocación artística apenas aflora,  y si está previsto no es arte.

La marginalidad es inevitable, aunque el artista trate de convivir de modo civilizado y armónico con su tiempo.  Pero no se entienden.  Van por caminos diferentes, no antagónicos pero escindidos por completo.  Distintos idiomas y distinta fe.

  “Mía.  La historia de uno de mis desvaríos.
  Desde hacía mucho tiempo yo me jactaba de poseer todos los paisajes posibles, y encontraba irrisorias las celebridades de la pintura y de la poesía modernas.
  Amaba las pinturas idiotas, paneles de puertas, decoraciones, telas de saltinmbanquis, insignias, estampas populares; la literatura pasada de moda, latín litúrgico, libros eróticos sin ortografía, novelas de nuestras abuelas, cuentos de hadas, libritos infantiles, óperas viejas, estribillos bobos, ritmos simples.
  Soñaba cruzadas, viajes de descubrimiento de los que no se tienen relaciones, repúblicas sin historias, guerras de religión sofocadas, revoluciones de costumbres: desplazamientos de razas y de continentes: yo creía en todos los hechizos.
  ¡Yo inventé el color de las vocales! –A negro, E blanco, I rojo, O azul, U verde.- Establecí la forma y el movimiento de cada consonante, y con ritmos instintivos me jacté de inventar un verbo poético accesible, un día u otro, a todos los sentidos.  Yo reservaba la traducción.
  (…) Yo he creado todas las fiestas, todos los triunfos, todos los dramas.  He intentado inventar nuevas flores, nuevos astros, nuevas carnes, nuevas lenguas,  He creído adquirir poderes sobrenaturales.  ¡Y bien!  ¡debo enterrar mi imaginación y mis recuerdos!  ¡Una hermosa gloria de artista y de narrador perdida!
  ¡Yo! ¡yo que me he dicho mago o ángel, dispensador de toda moral, soy devuelto al suelo, en busca de un deber, y para estrechar la realidad rugosa!  ¡Campesino!”
Arthur Rimbaud  Una temporada en el Infierno – Delirios  Efece Editores, Buenos Aires 1977 pág. 216/217 -229
                                                                              


Probablemente, para la sociedad de su tiempo el destino errático e improductivo de un joven brillante como Rimbaud fue una vida desperdiciada.  Hoy sabemos que A noir, E blanc, I rouge, U vert, O bleu: voyelles… , y personalmente creo que ese conocimiento ha hecho al mundo  un lugar mejor.

“Mis padres me engendraron para el juego
arriesgado y hermoso de la vida,
para la tierra, el agua, el aire, el fuego.
Los defraudé. No fui feliz.

Cumplida no fue su joven voluntad.

Mi mente se aplicó a las simétricas porfías
del arte, que entreteje naderías.”

Jorge Luis Borges



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