“En el Congreso de Tucumán resolvimos dejar
de ser españoles; nuestro deber era fundar, como los Estados Unidos, una
tradición que fuera distinta. Buscarla
en el mismo país del que nos habíamos desligado hubiera sido un evidente
contrasentido; buscarla en una imaginaria cultura indígena hubiera sido no
menos imposible que absurdo. Optamos,
como era fatal, por Europa y, particularmente, por Francia (el mismo Poe, que
era americano, llegó a nosotros por Baudelaire y por Mallarmé). Fuera de la sangre y del lenguaje, que
asimismo son tradiciones, Francia influyó sobre nosotros más que ninguna otra
nación. El modernismo, cuya dos capitales,
según Max Henríquez Urueña, fueron
México y Buenos Aires, renovó las diversas literaturas cuyo instrumento común
es el español y es inconcebible sin Hugo y sin Verlaine. Luego
atravesaría el océano e inspiraría en España a ilustres poetas. Cuando yo era chico, ignorar el francés era
ser casi analfabeto. Con el decurso de
los años pasamos del francés al inglés y del inglés a la ignorancia, sin
excluir la del propio castellano.”
Jorge Luis Borges, Buenos Aires 26 de Noviembre de 1974, Prólogo de Prólogos, Alianza Editorial,
Madrid 1998 pág. 7/8.
Parece que nuestra involución cultural es algo de
larga data. Nivelamos para abajo,
arrancando de raíz la única chance de progreso real: destruyendo
concienzudamente la educación. Una
conversación casual y de cortesía con un funcionario judicial a hora temprana
deriva en la enumeración de nuevas
catástrofes que acosan la vida cotidiana.
Pero no es con tono de escándalo o indignación que me lo relata, no; es
con la casi indiferente resignación de quién ya no tiene esperanza de que esta
decadencia se detenga. Ciertamente,
basta una mirada sincera en derredor para que se enfríe el alma.
Aislada en mi casa, dedicada durante el fin de
semana a jugar los juegos que más me gustan jugar, pierdo la conciencia de la
realidad, que hoy lunes, al retornar al mundo a trabajar para ganarme el
sudoroso pan, me da de lleno en la cara recordándome que nada de lo que hay acá fuera tiene que ver con los
que sabía ser y supieron prometernos.
¿Debe uno, como artista, retirarse a su planeta
privado y evadirse del entorno sórdido de un país que se ha dividido al medio para
derrumbarse a pedazos después? ¿Puede
crearse conviviendo con la destrucción?
Pero la verdadera pregunta es: ¿pude uno salirse? Imposible.
Yo vivo acá y aunque quiera no hacerle caso la
vida me pasa por encima: pongo un pie en
la vereda y ya es un milagro continuar con vida. Subo a un transporte público y es la tensión
de hacer equilibrio en el vaivén del tráfico, tratando de que el aplastamiento
no me impida respirar y que ninguna mano amiga me aparezca dentro de la
cartera. De soslayo ver las portadas de
los matutinos con cinco o seis versiones diferentes de la realidad, con el sonido
de fondo de una de tantas cadenas oficiales que se contradice con la de 48
horas antes, para llegar finalmente al banco y no poder entrar porque arrancó un
paro y el improvisado cartel pegado al vidrio anuncia que en el cajero
automático no hay dinero por la medida de fuerza de los conductores de camiones
de caudales que se decidió a medianoche. Y entonces uno frena por un
café que al menos lo reconforte durante cinco minutos y toma conciencia de que
si paga lo que sale hoy un pocillito no
llega a fin de mes. Levanto la mirada y veo a mi alrededor caras tan desaforadas como supongo la mía; miro y descubro la misma desconfianza en el que me está mirando mientras trata de descubrir si yo lo iré a
robar o no. Alguien revolea unas pelotas en la
esquina pretendiendo que por la torpe pirueta le dé una moneda sólo por miedo a
su presencia, mientras que la moto que viene a toda velocidad en mi dirección
sí me aterroriza y me abrazo con fuerza a la cartera mientras retrocedo al amparo
de la pared.
Claro
que quisiera no ser parte de todo esto, que preferiría estar en otro lugar
donde mi mayor preocupación fuera como combato la humedad para que la pintura
se seque más rápido y me permita avanzar sobre mi escoba. Pero vivo acá. Trabajo acá.
Deambulo por la calle acá. Entro
en el supermercado chino de la vuelta y quiero matar al que estima una
inflación del 39 % al año cuando yo estoy duplicando lo que gasto en cada
compra cada día desde hace meses.
El hombre es uno con su
circunstancia y el artista no es más que una persona con una -grata- desviación en sus
pasiones. No puede escapar de la
cotidianidad malsana de estos tiempos y por estos lados. ¿Es necesario vivir tan mal? ¿No hay un límite para el maltrato? ¿Década “ganada”?
Pero claro, en comparación, los tiempos
que vendrán serán indudablemente peores, por lo que ahora no estamos tan
mal…
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