sábado, 28 de junio de 2014

El artista como ¿“consecuencia”? de su tiempo.


  La consecuencia  es el  resultado indeseable. El efecto es lo que deriva en forma directa de la causa, lo que se busca y se espera;  la consecuencia  es el colateral al que nos resignaremos y del que -a regañadientes-  nos haremos cargo.  Uno siempre se “atiene” a las consecuencias

  La consecuencia de una sociedad eficiente, bien organizada y productiva es ese rezago marginal, ese despropósito, ese “fuera del plan original”, que es el artista. 

  El artista no es un efecto buscado, no forma parte de la currícula oficial que estima como valioso en sus planes de estudio generar científicos, ingenieros, contables, médicos y ¡hasta! abogados (los carroñeros son indispensables en todo ecosistema: consumen  la carne muerta y evitan  las pestilencias).  En una proyección idílica, se fomentan  las carreras y profesiones útiles para la prosperidad social; se mide el mérito en función del beneficio.  Se sabe: el artista no sirve para nada.  Por eso no se lo busca, no es el “efecto” que  la planificación  político-educativa  quiere obtener.  El artista es el daño colateral.  Es la consecuencia


Ya a nivel familiar -seamos sinceros- ningún padre responsable va a fomentar en su cría que anude su destino al arte.  La sensatez obliga a la pregunta retórica “¿de qué vas a vivir?” y ante la convicción de que afición artística va unida a vagancia,  promiscuidad y miseria, toda vocación es debidamente mutilada bajo la obligación de aprobar matemáticas, física y química so pena de destierro de las vacaciones en la costa.

Me dirán que no es cierto, que exagero, que existe la “educación artística”, que hay varios renombrados terciarios de arte (al menos aquí en Buenos Aires) con populosa matrícula.  Pero la realidad –que me consta- es que de esos establecimientos salen maestros y profesores de arte no artistas.  He sido testigo de majestuosos talentos destruidos por una instrucción esquemática y masificante que  corroe sin piedad el espíritu creativo  de aquellos jovencitos que ingresan creyendo ir al trampolín que los lanzará a la gloria cuando en la práctica funge de túnel que los disciplina y los ordena en fila para incorporarse a la masa de trabajadores registrados y sindicalizados a  un sueldo mensual –bajo- y sin permiso para vuelos por encima de los zócalos.


  “Parece que la eficacia es ahora el único principio moral que nadie se atreve a discutir.  Si debatimos sobre la pena de muerte o la tortura, por ejemplo, la argumentación de fondo suele centrarse en si “sirven o no sirven”.  Apelar a más elevados ideales es perder el tiempo.  Una vez que logramos demostrar –acudiendo a estadísticas o cualquier otro testimonio supuestamente objetivo- que la una no disminuye la tasa de crímenes o que la otra no garantiza confesiones veraces, la ética está de nuestro lado.  Si fracasamos en el empeño, los “realistas” tienen ganada la partida… y la buena conciencia les corresponde con su premio.  Lo bueno, sin más, no sirve, pero lo que sirve es siempre bueno.
  En el terreno educativo triunfa también la misma visión servicial del mundo. (…) Los estudios tienen que ser rentables laboralmente o se convierten en pérdidas de tiempo injustificables.  La curiosidad intelectual o el afán de conocer no bastan para legitimar los años y los gastos invertidos en cualquier esfuerzo académico.  (…) El objetivo de los planes  de estudio viene dictado hoy en gran medida por las exigencias de las empresas que pueden ofrecer  colocación a los graduados.  La investigación no directamente instrumental –es decir, “humanista” en el sentido amplio del término sea de ciencias o de letras- resulta algo anticuado o indebidamente aristocrático.”  Fernando Savater, Figuraciones mías –Non serviam!-  Editorial Planeta S.A. Buenos aires 2013 pág. 86/87.


  Pero aun en un tiempo abierta y orgullosamente economicista, donde todo se hace a vistas e intención de productividad y utilitarismo, aun surgen consecuencias indeseables  pero inevitables: el arte y sus hacedores.  Los artistas. 

  Post data intimista:  Por mandato familiar yo debería haber sido farmaceútica (ignoro por qué, pero era el destino).  Por influencias y afecto a mi amiga inseparable me rebelé ante los míos y  acabamos ambas cumpliendo con el sueño y frustración del padre de ella: las dos estudiamos derecho.  Pero yo fui, pese a todo,  la consecuencia de mis tiempos: me aferré al arte con vocación  visceral y obstinación intelectual  y hasta hoy doy  batalla.

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