El
artista como ¿“consecuencia”? de su
tiempo.
La consecuencia
es el resultado indeseable. El efecto es lo que
deriva en forma directa de la causa, lo que se busca y se espera; la consecuencia
es el colateral al que nos
resignaremos y del que -a regañadientes- nos haremos cargo. Uno siempre se “atiene” a las consecuencias…
La consecuencia
de una sociedad eficiente, bien organizada y productiva es ese rezago
marginal, ese despropósito, ese “fuera
del plan original”, que es el artista.
El artista no es un efecto buscado, no forma parte de la currícula oficial que estima
como valioso en sus planes de estudio generar científicos, ingenieros,
contables, médicos y ¡hasta! abogados (los carroñeros son indispensables en todo
ecosistema: consumen la carne muerta y
evitan las pestilencias). En una proyección idílica, se fomentan las carreras y profesiones útiles para la
prosperidad social; se mide el mérito en función del beneficio. Se sabe: el artista no sirve para nada. Por eso no se lo busca, no es el “efecto” que la planificación político-educativa quiere obtener. El artista es el daño colateral. Es la consecuencia…
Ya a nivel familiar -seamos sinceros- ningún padre
responsable va a fomentar en su cría que anude su destino al arte. La sensatez obliga a la pregunta retórica “¿de
qué vas a vivir?” y ante la convicción de que afición artística va
unida a vagancia, promiscuidad y miseria,
toda vocación es debidamente mutilada bajo la obligación de aprobar
matemáticas, física y química so pena de destierro de las vacaciones en la
costa.
Me dirán que no es cierto, que exagero, que existe
la “educación artística”, que hay
varios renombrados terciarios de arte (al menos aquí en Buenos Aires) con populosa matrícula. Pero la realidad –que me consta- es que de
esos establecimientos salen maestros y profesores de arte no artistas. He sido testigo de majestuosos talentos
destruidos por una instrucción esquemática y masificante que corroe sin piedad el espíritu creativo de aquellos jovencitos que ingresan creyendo ir
al trampolín que los lanzará a la gloria cuando en la práctica funge de túnel que
los disciplina y los ordena en fila para incorporarse a la masa de trabajadores
registrados y sindicalizados a un sueldo
mensual –bajo- y sin permiso para vuelos por encima de los zócalos.
“Parece que la eficacia es ahora el único
principio moral que nadie se atreve a discutir.
Si debatimos sobre la pena de muerte o la tortura, por ejemplo, la
argumentación de fondo suele centrarse en si “sirven o no sirven”. Apelar a más elevados ideales es perder el
tiempo. Una vez que logramos demostrar
–acudiendo a estadísticas o cualquier otro testimonio supuestamente objetivo-
que la una no disminuye la tasa de crímenes o que la otra no garantiza
confesiones veraces, la ética está de nuestro lado. Si fracasamos en el empeño, los “realistas”
tienen ganada la partida… y la buena conciencia les corresponde con su
premio. Lo bueno, sin más, no sirve,
pero lo que sirve es siempre bueno.
En el terreno educativo triunfa también la
misma visión servicial del mundo. (…) Los estudios tienen que ser rentables
laboralmente o se convierten en pérdidas de tiempo injustificables. La curiosidad intelectual o el afán de
conocer no bastan para legitimar los años y los gastos invertidos en cualquier
esfuerzo académico. (…) El objetivo de
los planes de estudio viene dictado hoy en gran medida por las
exigencias de las empresas que pueden ofrecer
colocación a los graduados. La
investigación no directamente instrumental –es decir, “humanista” en el sentido
amplio del término sea de ciencias o de letras- resulta algo anticuado o
indebidamente aristocrático.” Fernando Savater, Figuraciones mías –Non serviam!- Editorial Planeta S.A. Buenos aires 2013 pág.
86/87.
Pero aun en un tiempo abierta y orgullosamente
economicista, donde todo se hace a vistas e intención de productividad y
utilitarismo, aun surgen consecuencias
indeseables pero inevitables: el arte y
sus hacedores. Los artistas.
Post
data intimista: Por mandato familiar
yo debería haber sido farmaceútica (ignoro por qué, pero era el destino). Por influencias y afecto a mi amiga
inseparable me rebelé ante los míos y acabamos ambas cumpliendo con el sueño y
frustración del padre de ella: las dos estudiamos derecho. Pero yo fui, pese a todo, la consecuencia
de mis tiempos: me aferré al arte con vocación
visceral y obstinación intelectual y hasta hoy doy batalla.
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